Tomar la decisión a sanar nuestras heridas a nivel de alma, implica entre otras muchas cosas transitar un proceso que nos llevará a desprendernos gradualmente de los automatismos de nuestros egos, respuestas automáticas e inconscientes que dicho sea de paso convierten a nuestras personalidades- el personaje que estemos encarnando- en egoístas.
Sin darnos casi cuenta, esta programación mental instalada en la carencia, el miedo y el conflicto, nos convencerá de que somos el ombligo del mundo, y por creernos que todo gira en torno a nosotros, serán nuestras necesidades las que priorizaremos sobre todas las demás. Comenzaremos a exigirle a las personas que nos rodean que cumplan nuestras expectativas haciéndose cargo de nuestras limitaciones y problemas en un intento desesperado por rellenar nuestro vacío interno - ese que proviene de identificarnos con el papel de víctimas- , sin percatarnos de que a esas otras personas las estamos utilizando a razón de las ganancias ocultas que nuestra relación con ellas nos proporcione.
Sin advertir por otro lado, que los que nos rodean -salvo que optaran por sanarse - estarán jugando al mismo juego que nosotros cuando entran en relación. También tendrán sus propias carencias y sus propias expectativas sobre qué pueden obtener de nosotros para su propio bienestar ¡Porque ellos también son los ombligos de su mundo! ¡También sufren y son victimas! Dinámica en la que el conflicto estará servido dado que todos esos egos competirán entre sí por llevarse el gato al agua.
¿Pero que es lo que ocurre cuando aprendemos a liberarnos de todas estas dinámicas egoícas y comenzamos de forma consciente a vibrar desde el amor propio? Para sorpresa de muchos y con un alto índice de probabilidad lo que ocurrirá será que comenzarán a llamarnos EGOISTAS. Simplemente porque por haber aprendido que cada cual debe hacerse responsable de sus experiencias vitales, ya no estemos disponibles ni dispuestos a ser una moneda de cambio más en las tretas mercantilistas bajo las cuales los intereses del ego sustentan muchas relaciones.
Como no nos educan precisamente para amarnos a nosotros mismos en primer lugar, sino más bien todo lo contrario, cuando comenzamos a hacerlo con honestidad, sin dejarnos avasallar por los oscuros intereses de los demás, sin amedrentarnos a la hora de marcar límites desde el auto respecto que nos tenemos y sin caer en la trampa del chantaje emocional que en muchas ocasiones nos tenderán, es muy posible que lleguemos a plantearnos que existe una tenue línea divisoria entre el egoísmo y el amor propio. ¿Estaré siendo en verdad egoísta por amarme hasta el extremo de no seguir regalando mi energía y mi tiempo del modo en el que antes lo hacía? ¿Te lo has llegado a preguntar alguna vez?
Te lo pregunto porque esa misma duda la tuve yo en el pasado. Me formule esta misma pregunta cientos de veces cada vez que alguien me recriminaba mi cambio de actitud para con ellos al decidir estar solo para mí y por mi . ¿Y sabes cómo encontré al fin la respuesta? ¿Cómo despeje esta duda? Supe que estos dos conceptos no tienen nada que ver entre sí... por mucho que se los confunda, simplemente porque de la mano del amor propio comencé a sentir una paz en el corazón que nunca antes había conocido. Una Paz tan inmune a las criticas y falta de aceptación de los que no vieron con buenos ojos mi cambio de enfoque, que por si misma me demostró que ese era el camino. O al menos el camino de sanación interior que elegí en su día.
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